Viernes 6 de
Septiembre de 1996. Medellín, Colombia. Hacía calor. No era el típico comienzo
de fin de semana de esa época distante de todas las responsabilidades que el
tiempo me ha ido endilgando. Fines de semana de sentarnos a hablar mierda en un
bar, de tomar licor de una manera desaforada en medio de los ecos del buen
rocanrol noventero en donde destacaba una banda española que se ganó con
sobrados méritos el convertirse en nuestra favorita.
Esta vez era
distinto. No tendríamos que escuchar a los Héroes Del Silencio en las aparatosas grabadoras de CD que con mucho orgullo
algunos de nosotros teníamos y que llevábamos a cuanto fandango resultara en
alguna casa o finca. Aparatos resistentes a cuanto golpe y borrachera hubiera
pero algunas con el inevitable destino de sucumbir ante la primera casa de
empeño que se cruzara. Esta vez, no se iban a necesitar.
Esta vez era
distinto. Ese viernes caluroso del 96 nuestros ojos y oídos iban a dar crédito
a estar en frente de la última gran banda de rock en nuestra lengua que para mí
ha existido hasta ahora.
¿Quién lo habría
imaginado? Hacia menos de un año había tenido la fortuna de ver en el Estadio El Campín de Bogotá por primera (y hasta ahora
única vez) en un multitudinario concierto en el 95, a la banda que me inició en
mi niñez en toda esta pasión por el rock (Bon
Jovi, Thaaaaa Kiiiiingggg!!). Y
ahí estaba yo desde el medio día de ese viernes de septiembre haciendo fila en
las afueras del Centro Comercial Monterrey
en Medellín, dizque para ver en la noche a los eternos cómplices de juergas y
excesos en vivo. No me la creía.
No importó que el cd que regalaban por la compra de la boleta me lo hayan dado dizque de
vallenato (¿premonición a mi actual hábitat?) mientras que a mis amigos les dieron el Avalancha. No importó que el salón de eventos
del Monterrey fuera tan supremamente
pequeño y caluroso. Mucho menos me importó que cuando salió Pedro Andreú a hacer sonar los platillos de su
batería para comenzar el concierto con "Deshacer
el Mundo", yo hubiera quedado atrapado en el tumulto y perdiera
(durante todo el concierto) uno de mis tenis Converse azules.
Sin lugar a dudas
creo que ha sido uno de los conciertos más frenéticos e intensos en toda mi
vida. El público de aquel atestado sitio no paró de saltar, corear y gritar
hasta el cansancio: "Iberia
sumergida", "Parasiempre",
la majestuosa "Sirena varada",
"Entre dos tierras". No había
respiro. Solo creo recordar que cuando terminó "Avalancha",
los de Zaragoza decidieron darse un pequeño descanso para bajar un poco el
acelerador con himnos de mis encuentros etílicos con la Leonera como "Flor Venenosa" o "La Herida", pasar por "Flor de Loto", "Opio" y acabar con una versión
furiosa de la "Decadencia". Juan Valdivia ponía a tope su guitarra mientras
fumaba como un demonio y Bunbury con su
poderosa actitud en el escenario se quería comer al mundo. Capos!
En ese momento no
tenía ni idea de que jamás iba a volver a ver a Enrique,
Cardiel, Valdivia
y Andreu juntos pues la gira del Avalancha significó su adiós justamente ese año
(mitigado por una fugaz reunión en 2007 por temas meramente contractuales).
Pero aquella noche viví ese toque como si realmente fuera el último concierto
no solo de ellos sino de mi vida. No era para menos.
Esa noche de
septiembre del 96 volví a mi casa prácticamente sin voz, con mi cuerpo cansado
hasta más no poder, pero con esa inexplicable sensación de sentirme realmente
vivo…y hasta con aquel tenis Converse azul que se me había perdido desde la
primera canción y que sin saber cómo, llegó hasta el escenario que los
mismísimos Héroes del Silencio acaban de
pisar.
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