Como todo en la vida, a veces se
necesita de las cosas malas para que contrarresten la posible mentira efímera
de las cosas buenas. Por simple equilibrio no se puede pretender andar por
ahí como un enano saltando por un campo lleno de rosas perfumadas sin que te
tengas que hacer daño con alguna de sus espinas; no podemos pretender que todo
el mundo sea un santo en medio de una sociedad que día a día nos muestra su
podredumbre. Lo bueno y lo malo siempre han estado y seguirán ahí.
Recuerdo por allá en los 90´s todo
el escándalo que se suscitó en la escena rock a raíz de la aparición de un
extraño tipo que con su banda solía hacerse daño en el escenario, que de
repente aparecía con discursos en contra de lo políticamente correcto desde un
atril ataviado con un símbolo de tan ingrata recordación como el nazi y que con
su sonido agresivo y sus teatrales videos llenaba de rabia cuanto pub y antro
había: Marilyn Manson.
Para la época, era necesaria la
presencia de un personaje que nos recordara que no todo podía ser sonrisas como
el heavy glam nos lo hacía ver, ni la eterna depresión característica del
sonido grunge. Manson entró pisando
duro con su propuesta poco convencional plagada de críticas a la religión, la política
y el sistema como tal. Así muchos no nos comiéramos los mitos alrededor de su
extraña y magnética presencia y que otros todavía piensen que el tipo se baña
en sangre o cosas así, no se podía desconocer que estábamos frente a todo un
icono de la cultura rock, una de esas cosas que nunca se olvida. Con decir que
hasta mi mamá que no tiene ni idea de rock, sabe quien es él.
Y claro, ante un ataque tan
frontal a los cimientos mismos de la sociedad
era de esperarse la reacción, venida de todos los frentes puritanos.
Todos los calificativos en contra de un concepto que simplemente conjuga lo artístico
con lo comercial se quedaban cortos: basura, inmoral, suicida, maligno,
violento. De repente se había encontrado un chivo expiatorio sobre el cual
colgaran todos los males, mientras que contrariamente la cifra de discos
vendidos y las ganas de devorar todo video o concierto del “tipo sin costillas que se auto satisfacía oralmente” seguían en
aumento, llegando a más de 50 millones. Qué ironía.
Particularmente encuentro
estupendo el concepto artístico del hombre. Sus vídeos por más grotescos u obscenos
que le puedan parecer a la gente, nunca dejaron de sorprenderme por estar
inundados de un sentido de la creatividad como pocos. Y que decir de sus
canciones, cargadas de una fuerza y rabia contenidas. Hay días en que uno
simplemente quiere eso: levantar su puño y su grito, despertar la furia, la
agresividad ante tanta tontería que uno ve por ahí. El reverendo es un buen
catalizador de todo eso.
No me las voy a dar de que toda
la música de Manson me ha gustado.
Obviamente disfruté mucho de la época del Antichrist
Superstar en el 96, con sus inolvidables himnos como “Tourniquet”, “Man
That You Fear” y “The Beautiful People”, al igual que
con aquel Mechanical Animals de “I
Don't Like the Drugs (But the Drugs Like Me)” o “Coma White”. Mantuve el entusiasmo con Holy
Wood (In the Shadow of the Valley of Death) en el 2000 y sus “Disposable
Teens” y “The Nobodies”. Pero salvo algunos sencillos de sus
siguientes trabajos, mi gusto por Manson
volvió a florecer en 2009 con su séptima placa The High End of Low, gracias a temas como “Leave a Scar”.
Con agrado escuché hace poco
menos de 1 mes “No Reflection”, el primer lanzamiento de su octavo álbum al
que la banda misma cataloga como lo mejor que han hecho (¿cliché?) y al que irónicamente llamó
Born Villain, como recordándole a
todos que para eso vino y para eso sigue ahí: para seguir siendo la excusa de
todos los males que nos aquejan y paradójicamente recordar que no es más malo
que la sociedad en la que nos tocó vivir. La metáfora viene con maquillaje y vestida
de cuero.