No
tengo que hacer mucha memoria pues la nostalgia de aquellos días me ayuda.
Estaba en octavo grado en el Colegio Corazonista
en Medellín. Mis reconocidas limitaciones
para practicar el fútbol (aumentadas por mis no pocos kilos de más)
contrastaban con la pasión con la que siempre seguía este deporte y en
particular con el sentimiento que profesaba por un puñado de tercos obreros
vestidos de verde.
Tercos
obreros pues en ese entonces era simplemente impensado que un equipo conformado
netamente por jugadores de un país que sencillamente no tenía mayor peso en el
continente, intentara medianamente figurar y ellos aun así, demostraban con un
trabajo humilde y constante en cada partido, que se podía desafiar esa lógica.
Se
jugaba con hambre de gloria, sin importar que en frente se tuviera la historia
de Racing de Argentina o el mismo Millonarios con el que apenas nacía una
rivalidad enconada al que el tiempo le siguió dando vida. Y qué carajos si
había que enfrentar al equipo revelación de esa copa como Danubio de Uruguay; igual había que ganarle y
no de cualquier manera.
Añoro
esas tardes cívicas en Medellín en donde
se podía ver a la gran mayoría identificada con un Atlético Nacional que se volvió eso: una causa Nacional. Fui de
los no pocos privilegiados que pudieron vivir en esa época llena de
complicaciones para el país en donde un club que se volvía leyenda nos regalaba
el mejor bálsamo, ganando lo impensado ante otro histórico como Olimpia del Paraguay.
A mis
41 años y después de recibir incontables alegrías y alguno que otro jodido
traspiés, la vida me regala la oportunidad de volver a ver a mi verde del alma
a las puertas de la gloria. Lejos quedó aquella triste noche del 95 en la que Gremio del Brasil nos arrebató la ilusión. La
cosa parece haber cambiado tanto que pasamos de ser cenicientas en el 89 a ser ahora favoritos contra un equipo ecuatoriano como Independiente
del Valle que sin querer, me recuerda a nosotros mismos en ese entonces.
Análogamente,
muchas cosas perduran y hasta se parecen. Tenemos un arquerazo que es hoy por
hoy tan determinante como lo fue mi ídolo de ídolos, el gran René. Tenemos un técnico serio, disciplinado y con recorrido. Tenemos un equipo contundente al que se
le nota trabajo y en el que se destacan jóvenes promesas (que digo promesas,
realidades). Y aunque como en aquel entonces seguramente no podré estar
presente acompañando en la cancha a este puñado de cracks, volveré a estar
desde la distancia alentándolos y esperando volver a gritar hasta rabiar que mi
verde, ese que me enseñó a querer mi tío desde que tenía 6 años, es el campeón
de América.
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